
Ⅰ. La esencia de la Iglesia y la doctrina de la salvación: Solo la gracia
El pastor David Jang enfatiza de manera constante que, al tratar la esencia de la Iglesia, debemos situar la doctrina de la salvación en el centro. Sostiene que el objetivo más fundamental de la existencia de la Iglesia es anunciar el mensaje de salvación a través de Jesucristo, por lo que la raíz de la esencia de la Iglesia está directamente vinculada a la pregunta “¿Cómo podemos alcanzar la salvación?”. Al mencionar el caso del Concilio de Jerusalén registrado en Hechos 15, señala que ya en la época de la Iglesia primitiva existía un enfrentamiento fundamental: “¿Se obtiene la salvación solo por la fe, o es necesario añadir obras legales o méritos?”. Y observa que este conflicto sigue repitiéndose en la Iglesia contemporánea, aunque con distintas formas.
En efecto, cuando el apóstol Pablo y Bernabé llevaban a cabo su ministerio entre los gentiles y proclamaban que la esencia del Evangelio es la salvación por gracia (sola gratia), algunos fariseos judíos que habían llegado desde Jerusalén afirmaban: “Si no se circuncidan, no pueden ser salvos”. Esto implicaba que los requisitos de la Ley o los méritos humanos debían incluirse como condición para la salvación. El pastor David Jang lo denomina “fe basada en méritos” o “soteriología antropocéntrica”. A su juicio, todo debate doctrinal se reduce a si se cree o no que “somos salvos por la gracia del Señor Jesús”, y considera que esta perspectiva es, en efecto, la columna vertebral de la vida de la Iglesia.
En relación con esto, el hecho de que Pablo haya proclamado con firmeza en Gálatas que la salvación se recibe solo por la gracia y la fe, no por obras, es el mensaje más importante que la Iglesia debe aferrarse. La pregunta de Pablo: “¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” señala el error que se comete cuando el ser humano quiere imponer su propia justicia y convertir las obras o los rituales en un requisito previo para la salvación. El pastor David Jang subraya aquí que la doctrina de la salvación no significa la abolición de la Ley. La Ley es una palabra preciosa dada por Dios y una guía que orienta al creyente hacia la vida santa, pero no debe absolutizarse como condición necesaria y suficiente para la salvación. Esto se relaciona con lo que Pedro denomina en Hechos 15 “un yugo que ni nuestros antepasados ni nosotros pudimos llevar”, refiriéndose a las exigencias legalistas.
Según la perspectiva de David Jang, este problema sigue replicándose en la Iglesia moderna. Cada vez que se convoca un sínodo o asamblea eclesiástica, o cuando se planta una nueva iglesia en el campo misionero, es necesario revisar si realmente se está guardando de forma íntegra el principio de la Reforma: “el hombre es justificado solo por la fe”. A veces, las consideraciones de gestión o crecimiento de la Iglesia, e incluso motivos económicos o de prestigio denominacional, llegan a primar sobre la centralidad de la doctrina de la salvación, diluyéndola. El pastor David Jang advierte que esto es como “echar agua al vino hasta que pierda su sabor” y afirma que, mientras exista la Iglesia, este asunto debe seguir siendo el eje fundamental que se revisa constantemente.
Advierte que, si se altera la doctrina de la salvación, la Iglesia corre un alto riesgo de convertirse en una religión antropocéntrica, perdiendo tanto el amor como el poder. Caer en el legalismo o en el ritualismo hace que los creyentes pierdan la certeza de la salvación y queden atados a diversas instituciones y prácticas, sin disfrutar de la verdadera libertad. De ahí que el pastor David Jang repita insistentemente Romanos 1:17: “El justo por la fe vivirá”. Los conflictos que surgen desde los debates de la Iglesia primitiva, pasando por la venta de indulgencias en la Iglesia católica medieval, hasta los errores institucionales y disputas en la Iglesia moderna, todos se remontan a la misma cuestión: “¿Es la gracia de Jesucristo la única vía de salvación o no lo es?”. Cada vez que el ser humano intenta añadir méritos o prácticas legales a esa gracia, la Iglesia pierde el rumbo, según él.
Por esta razón, el pastor David Jang insiste en que en todos los ámbitos del quehacer eclesiástico se revise continuamente la doctrina de la salvación. Ya sea en el culto y la predicación, en la formación de pastores y el currículo de los seminarios, en la aprobación de confesiones de fe o constituciones en las asambleas denominacionales, o incluso en la plantación de iglesias y la educación de los creyentes en el campo misionero, la “fe centrada en la gracia” no debe tambalearse. La influencia doctrinal y espiritual que tuvo el Concilio de Jerusalén en Hechos 15 debe proseguirse hoy. Las tensiones que experimentaron Pablo y Bernabé al extender la misión a los gentiles no difieren de las que se viven hoy en distintos lugares del mundo, en las estructuras de la Iglesia o en el frente misionero. Para David Jang, estas repeticiones apuntan en última instancia a la centralidad con que se resalte y salvaguarde “Solo la gracia, solo la fe”, fundamento del Evangelio, el cual no puede sustituirse por ningún otro aspecto.
Ⅱ. Misión centrada en la gracia y la expansión de la Iglesia mundial
El pastor David Jang subraya constantemente que la Iglesia existe para la evangelización mundial. Ve el Concilio de Jerusalén en Hechos 15 como el “primer sínodo en la historia”, y pone atención en los problemas que tuvo que enfrentar la Iglesia primitiva para expandir la misión entre los gentiles, señalando que se aplican del mismo modo a la labor misionera actual. Su argumento central es que, cuando la Iglesia defiende la esencia de “solo por gracia se recibe la salvación”, el poder del Evangelio logra saltar barreras culturales y étnicas y propagarse de manera eficaz.
Al explicar la historia de la misión de la Iglesia en Europa, observa que, por un lado, se oprimieron las tradiciones autóctonas con una actitud de superioridad cultural, y por otro lado, hubo casos de excesivo sincretismo que diluyó la identidad cristiana; ambas posturas generaron problemas. Esto se relaciona directamente con la pregunta que aparece en Hechos 15: “¿Debe la circuncisión y la Ley judía convertirse en requisito de salvación para la iglesia entre los gentiles?”. En aquel entonces, el apóstol Pedro proclamó ante el Concilio de Jerusalén: “Creemos que nosotros seremos salvos por la gracia del Señor Jesús de la misma manera que ellos”, abandonando así la antigua conciencia de ser el pueblo escogido y reconociendo oficialmente que los gentiles también están bajo la misma gracia.
El pastor David Jang sostiene que esta escena debe extenderse a todas las misiones actuales. La Iglesia no debe adoptar acríticamente las costumbres de una determinada cultura ni rechazarlas de manera radical; en ningún caso puede ponerse en peligro la esencia del Evangelio. A fin de cuentas, la cuestión crucial es si se diluye o se mantiene íntegro el núcleo del Evangelio: la cruz y la resurrección de Jesucristo. Al citar ejemplos de misiones en Japón u otros lugares, explica que, a la larga, la manera de que el Evangelio arraigue verdaderamente consiste en respetar la cultura local sin poner en riesgo la doctrina de la salvación.
Según David Jang, ni al definir la dirección de la misión eclesial ni al elaborar estrategias de cooperación internacional a nivel denominacional debe tambalearse esta identidad teológica y su raíz en la doctrina de la salvación. Es preciso evitar tanto el extremo del asimilacionismo como el del uniformismo estricto, porque podrían producirse conflictos culturales o perversiones del Evangelio. Para él, Hechos 15 muestra una armonía entre fuerza centrífuga y centrípeta. La fuerza misionera que impulsa el Evangelio a expandirse se equilibra con la fuerza centrípeta de “solo la gracia”, y esta síntesis impide que la Iglesia se fragmente y la ayuda a preservar su esencia.
Asimismo, insiste en la importancia de vigilar cuidadosamente la infiltración de doctrinas heréticas en el ámbito misionero. Históricamente, la venta de indulgencias, las peregrinaciones obligatorias a Tierra Santa o la imposición de reglas específicas como condiciones de salvación han sido ejemplos claros de aquello que enturbia el centro del Evangelio, “solo la gracia de Jesucristo”. Así como el apóstol Pablo exhortó en Gálatas que “no hay otro evangelio”, si no se define con claridad que solo por la fe en Cristo hay salvación, la Iglesia terminará sumida en conflictos y confusión. Por eso, David Jang considera que, incluso cuando se busca la expansión misionera, es esencial que la Iglesia vigile constantemente sus estructuras y confesiones de fe, asegurándose de que “la doctrina de la salvación centrada en la gracia” se mantenga en el eje. Y recalca que, si se desbalancea la soteriología, la Iglesia, independientemente de su tamaño o número de miembros, acaba perdiendo su esencia y sufriendo divisiones.
En este sentido, el éxito de la misión no debe medirse simplemente por el crecimiento numérico o económico de la Iglesia, sino por la claridad y la vivencia de la verdad del Evangelio. Así como la declaración del Concilio de Jerusalén en Hechos 15, “solo por la gracia se recibe salvación”, sentó las bases para la iglesia gentil, él cree que la Iglesia actual también puede realizar una verdadera misión mundial únicamente si sostiene esta misma certeza. Cuando la identidad teológica de la Iglesia se combina con una flexibilidad cultural adecuada, el dinamismo que caracterizó a Pablo y Bernabé, que impulsaron el Evangelio desde Antioquía, puede reproducirse hoy en día.
Ⅲ. Reflexiones sobre los conflictos teológicos y el orden eclesial
El pastor David Jang, al estudiar la historia de la Iglesia y vivir la experiencia pastoral, ha reflexionado profundamente sobre cómo deben resolverse los conflictos teológicos dentro y fuera de la Iglesia. Observa que Hechos 15, el Concilio de Jerusalén, muestra cómo el “primer sínodo en la historia” estableció un modelo. Los líderes de la Iglesia primitiva no tomaron una decisión únicamente por mayoría de votos, sino que, a la luz de la historia de Dios revelada en las Escrituras del Antiguo Testamento y corroborando la obra real del Espíritu Santo, llegaron a una determinación común. La confesión de Pedro, el testimonio de Pablo y Bernabé acerca de su ministerio entre los gentiles, y la referencia de Santiago al Antiguo Testamento confluyeron para proclamar que Dios había concedido la misma gracia a los gentiles y, en consecuencia, que “no hay diferencia entre nosotros y ellos”.
David Jang denomina este proceso “decisión por consenso de la Iglesia” y destaca que, en cualquier asamblea eclesiástica, lo primero que debe discernirse es si el tema en cuestión está relacionado con el núcleo del Evangelio y la salvación, o si se trata de un conflicto administrativo o político en la vida de la Iglesia. Si es un asunto de gestión, se puede resolver mediante un diálogo y ajustes adecuados en los procedimientos, pero si está involucrada la doctrina de la salvación, no se puede optar por una posición neutral, buscar un acuerdo intermedio o tratar de mezclar posiciones de manera indiscriminada. “La esencia del Evangelio” no se puede diluir ni comprometer de ninguna forma; y esto, en última instancia, debe resolverse bajo el principio de “Sola Scriptura” y la guía del Espíritu Santo, según su planteamiento.
Él considera que herejías recurrentes en la Iglesia, como el docetismo, el gnosticismo o la teología liberal, surgen cuando la razón humana, la experiencia o el conocimiento pretenden reinterpretar la naturaleza absoluta del Evangelio. Sin embargo, tales intentos con frecuencia socavan el principio de “solo la gracia” y llevan a la Iglesia hacia el legalismo, la fe basada en méritos e incluso el antropocentrismo. Observa que este tipo de errores han aparecido de forma constante, tanto en la Iglesia primitiva como en la época de la Reforma, y persisten en la actualidad, aunque con distintas expresiones.
Por consiguiente, para que la Iglesia aborde con salud y madurez sus conflictos teológicos, es indispensable “regresar a la Escritura”, “honrar el testimonio del Espíritu Santo” y “escuchar con apertura las opiniones de cada miembro del cuerpo” en un proceso de consenso. En Hechos 15, la decisión no fue tomada autoritariamente por un solo apóstol de renombre como Pedro o Pablo, sino que se reunieron los líderes de la Iglesia primitiva para compartir testimonios y analizar juntos las Escrituras del Antiguo Testamento, llegando así a una conclusión. Cuando se logra este consenso, la Iglesia puede resolver sus conflictos sin perder la esencia de la salvación y mantener la libertad y la gracia del Evangelio.
El pastor David Jang aplica la misma conclusión al analizar las divisiones de la Iglesia actual o la aparición de sectas. Cada vez que se diluye la verdad de que “el perdón de pecados se obtiene únicamente a través de la cruz de Jesucristo y que solo la fe en esa gracia salva”, estallan los problemas. Los oficios eclesiales, los ritos, el sistema de ofrendas, la forma de bautismo, la celebración de la Cena del Señor, aunque son muy importantes en la vida de la Iglesia, pierden su auténtico sentido cuando se consideran requisitos de salvación. En ese momento, se pierde la libertad y el poder del Evangelio que experimentó la Iglesia primitiva. Las diversas instituciones y tradiciones de la Iglesia deben servir como canales para disfrutar y compartir la gracia, jamás convertirse en condiciones para la salvación; esta es la advertencia constante que hace.
En este contexto, el pastor David Jang propone convertir la asamblea general de cualquier denominación en “un espacio de culto y consagración para reafirmar el Evangelio de la gracia”. Señala que, siempre que las asambleas degeneran en conflictos de poder o batallas políticas, la Iglesia cae en declive, y que la verdadera vocación ecuménica surge de la humildad compartida al escuchar la Palabra de Dios y seguir la dirección del Espíritu Santo. Solo de este modo pueden reproducirse las decisiones llenas de vida que caracterizaron a la Iglesia primitiva, y el amor y el servicio se reavivan en la comunidad cristiana.
Lo que él enfatiza a través de su ministerio pastoral y liderazgo denominacional es, en última instancia, “el liderazgo del servicio”. Así como Jesús declaró: “No he venido para ser servido, sino para servir”, quienes ostentan cargos en la Iglesia no deben exhibir su autoridad, sino dedicar sus esfuerzos a edificar y ayudar a los demás, para que más personas puedan oír el Evangelio y vivir bajo la gracia. Cuando la Iglesia se inclina hacia el poder o el clasismo, se resalta el sistema humano y los méritos, relegando la gracia del Evangelio. Por tanto, la pregunta fundamental que debe guiar toda decisión en asambleas o sínodos no es “¿Quién es más importante?”, sino “¿Cómo podemos acercar a más personas a la gracia de Jesucristo?”.
En conclusión, David Jang diagnostica que los patrones de conflicto en la Iglesia primitiva y en la Iglesia contemporánea no difieren en su esencia. La tensión entre la Iglesia gentil y la Iglesia judía reflejada en Hechos 15 sigue manifestándose en la actualidad de manera similar, y la solución se hace evidente al tomar como referencia “Solo la gracia, solo la fe”, tal como mostraron Pablo, Pedro y Santiago. El Concilio de Jerusalén permanece como un arquetipo al que deben remitir constantemente todas las iglesias y denominaciones, así como la labor misionera. Además, resalta su clara conexión con la consigna de la Reforma: “Sola Escritura, Sola Gracia, Sola Fe”.
Finalmente, afirma que la doctrina, incluida la de la salvación, no debe quedarse en una comprensión meramente intelectual, sino manifestarse en la vida cotidiana a través del amor y el servicio. Como la “gracia” es un concepto que trasciende la teoría y la formulación teológica —pues el hombre, siendo pecador, recibe el perdón y la nueva vida mediante Jesucristo—, quien en verdad entiende esta gracia siente el impulso natural de servir y edificar al prójimo. Si esta dimensión no se pone en práctica, como señaló el apóstol Pablo en 1 Corintios 13, “de nada sirve” poseer mucho conocimiento si falta el amor.
De este modo, David Jang conecta la comprensión de la esencia de la Iglesia y la doctrina de la salvación, la misión centrada en la gracia y la expansión de la Iglesia mundial, así como la resolución de conflictos teológicos y el orden eclesial. Sólo cuando se reflexiona de manera integrada acerca de por qué existe la Iglesia, qué es el Evangelio, cómo se propaga y cómo debe conservarse, se puede recrear la misma dinámica que exhibió la Iglesia primitiva. El Concilio de Jerusalén en Hechos 15 sigue siendo la guía más práctica y concreta en este camino. David Jang concluye que, en cada época, la Iglesia ha enfrentado esencialmente los mismos retos y conflictos, pero que, al sostenerse en el eje fundamental de “Solo la gracia, solo la fe”, continúa avanzando hacia el mundo. Para ello, insiste en que tanto en las asambleas denominacionales como en el campo misionero, se debe ratificar de manera incesante la doctrina de la salvación, depender de la Palabra de Dios y la guía del Espíritu Santo, y aspirar a ser una comunidad que ama y sirve. Está convencido de que esta es la vía para experimentar en nuestros días la misma pasión y poder que caracterizaron a la Iglesia primitiva.